Los pompeyanos vieron caer cenizas del cielo. Sintieron un fuerte olor a azufre. Era tarde, de noche, y Plinio cogió una barquita desde Nápoles y se acercó a la costa del golfo que presidía el Vesubio para narrar la historia con más detalle. Las cenizas tiñeron todas las villas que más tarde darían lugar a las laderas del Greco di Tufo blanco, un vino con aroma camorra y sabor dinero negro. La cosa no cambia. Las cenizas paralizan media Europa y las fumarolas con cara de islandés fintan las aerolíneas con medicación. Aerored para los clientes, los habitantes de esa antigua civilización romana, que siguen momificados, quizás en Estado catatónico, algo así como los datos del paro que nos espera. Y es que el turismo puede que nos haga remontar el vuelo de la economía nacional. Ese tufo, no el vino napolitano, sino el de los volcanes económicos, se nos queda impregnado en las narices, no somos capaces de deshacernos del ese olor a huevo podrido. La lava de las empresas nos llega hasta el cuello y las familias embarcan sus sueldos destino paraísos fiscales…
Y Plinio no se inmutó volvió remando al puerto, se sirvió un vino dulce y se quedo dormido contemplando el rojo del cielo. Vender humo sigue siendo un arte latino…
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