En los callejones de Extremadura se esconden muchos secretos. Entre las bichas a erradicar se encuentra la vigente sección cultural del Festival de Teatro clásico de Mérida. Que ya ni es clásico ni casi y esto puede resultar peligroso, festival. Destituido el adalid de los folletines, se nombra a Blanca Portillo, una semiconocida por causas almodovarianas, con presencia en alguna que otra intervención de sitcom televisiva e infinidad de obras de teatro, la gran mayoría clásicas. Y ahí salta la liebre. Qué carajo tiene que ver su papel interpretativo con los duelos de producción y creación de estructuras festivaleras de renombre. Nada. Se desconocen si su Medea provocó lazos de amistades y conexiones metafísicas con la Extremadura cultural. Pero de momento las parcas manejan los eventos de mayor calado a su real antojo. Y desde las columnas del vetusto teatro se escuchan las risas de partidas presupuestarias de la Junta. De entre el descojono con flatulencias de castigo divino un llanto; los que pagamos en forma de entrada y entrega artística a las deidades de morros grecolatinos y máscaras de paletos.
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