martes, 21 de diciembre de 2010

HOMICIDIO EN LA TERRAZA LAVADERO


                                                                                Foto. Willycorleonephoto
Por cada prenda de ropa tendida; una pinza menos, si se trata de una pieza de enjundias dimensiones; los pingües beneficios de la señora de la azotea ascienden a cotas inimaginables. Por cada colada de ropa blanca, una camisa de color, resultado; una colada con piña, en su jugo, insta para ser tendida y abofeteada por el viento. El blanco se convierte en zaino y el sol hace el resto. Rebobinamos y reaparecemos en el lugar del crimen, pinzas de tender la ropa con forma de gángster acribillado a balazos, y desde las alturas, desde el hueco que deja el ventanal, el detective cigarrillo en boca y plumero en ristre, asume su gesto inerme y actitud chulesca. Desafiantes miradas se entrecruzan en el patio interior de los condominios. Los cordeles de los tendederos ríen a sottovoce, emulando cintas de verbenas atiborradas de banderitas de países, y perdidas en las últimas plantas, otean chotacabras y flores de edelweiss. Y agonizando entre miles de calcetines de miles de rayas de miles de colores la gordita de brazos rellenos y cuello embuchado sonríe, pequeña cómplice de homicidios, una chivata y su cretinismo y los calcetines valsean al compás de sus eternos bucles rubios. Allá, en aquellos picos, las figuras se desdibujan por el mal de altura, banderolas tibetanas que compiten con la colada-reina, con dos rieles de ropa interior, camisetas y calcetines blancos y el patito feo, la camisa de color que tiñe la orografía del tendero. Con mirada pérfida la señora de enfrente balbucea algo, habla con gestos de náuseas, el asesinato ha alterado la tranquilidad del vecindario. Y mientras, desde la indiscreción de la ventana, las pinzas toman posesión del patio, la azotea rebosa pinzas, de colores, de todos los colores, pinzas color fluorescente, de madera, pinzas sin muelles, pinzas despinzadas, generalmente las de madera, otras raídas y cortantes como sílex, las menos en porte decoroso, las más formando una montaña.

Hace calor, de eso estoy seguro, el alféizar de la ventana vulcaniza la visión de la vida exterior, y de paso me quema las yemas de los dedos. La visión borrosa, como el efecto de una carretera del desierto, el sopor de tender la ropa y la niña alimentada con pienso arenga a su tripa para ingerir trozos de algo parecido a embutido.
Un crotoreo proveniente de la despensa agita la multitud de pinzas con contrato de autónoma, unas envuelven bolsas de patatas, una llora días sin dormir por la cafeína apretando bien fuerte el envase metálico de café, también hay una pincita rosa que sujeta la doblez de la cortina, pero la tragedia cobra tintes de comedia griega. Desde el fondo de la vivienda se escucha un timbre, y una puerta que se abre y un grito espeluznante recorre todo el condominio. Las pinzas asumen su sino. Incunables de la terraza lavadero, ha llegado la secadora.

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